sábado, 20 de agosto de 2016

El lugar donde descansa el fantasma del Maracanazo


Caminó tres cuadras por una calle que ya cambió de nombre. Giró 100 metros hacia la derecha, bajó por la Rua Senador Correa y en la esquina hizo la escala final. Todo está como era entonces. Salvo por algunos pequeños detalles. Por culpa de ese hombre que salió a caminar, a ahogar penas de otros, aquella calle que en el cartel solo tenía dos números ahora se llama Paysandú. Lo mismo pasó con el hotel que hasta entonces era Fernando Augusto. La huella es imborrable.

Tomas abre la puerta e invita a pasar. Cuenta que tarda tres horas en llegar hasta acá, que casi siempre viene en colectivo, pero que si por algún motivo no logra tomarlo, debe hacer una serie de combinaciones que lo demoran aún más entre su casa en las afueras de Niterói y su trabajo en el hotel, en el corazón de Flamengo. La fachada es antigua y el edificio bajo desentona con las torres enormes que encastran en el camino. Cuentan que sólo hicieron algunas reformas en los baños y que, excepto por el mantenimiento lógico de unas manos de pintura cada tanto, está todo igual que en 1950, cuando un grupo de jugadores entró acá como uno más y salió haciendo historia. Cambiando la historia.

A 66 años del Maracanazo, Río de Janeiro mira la historia de reojo. Prefiere enfocarse en Alemania, traer el anzuelo para este lado y tomar la final de esta tarde por el oro olímpico como una oportunidad de sacarse la sangre en el ojo luego del tremendo 7-1 sufrido aquí en el Mundial 2014. Esa es otra huella difícil de disimular.

Pero ahora estamos en 1950. En el hotel que no se llama Paysandú, se llama Fernando Augusto. Allí dentro los uruguayos están fiesta: el plantel celebra durante toda la noche el golpe histórico ante el local y sus 200 mil hinchas. El cuento fue narrado muchas veces, con Eduardo Galeano como mejor intérprete. Obdulio Varela, jefe de la conquista, se fue. Caminó por la calle que era número y que ahora también es Paysandú. Empezó a entender lo que había hecho y terminó en esta esquina de Senador Correa y Sao Salvador.

El bar Casa Brasil luce renovado. Marta se retira cabizbaja en los televisores después de perder ante Canadá, sin poder colgarse el consuelo del bronce. Los mozos hacen un ida y vuelta constante. Ninguno estuvo en aquel momento, pero la historia fue superando postas y todos saben que en alguno de estos banquitos se sentó el Negro Jefe. Y que los brasileños estaban tristes. Y que la víctima y el victimario fueron rotando al compás del alcohol.


Obdulio volvió al hotel. Ese en el que ahora alcanza con hacer tres pasos para saber que allí duerme el fantasma del Maracanazo. El recorte hecho cuadro en el ingreso al lobby muestra el toque al gol de Alcides Ghiggia para silenciar a la multitud y dar inicio a un velorio popular. “Aquí se hospedó la selección uruguaya, campeones de la Copa del Mundo de 1950, cuando vencieron a Brasil 2-1, un juego histórico que se hizo conocido como Maracanazo”.

Hoy Neymar tendrá la gran chance de sacar esa espina. El fantasma sigue dando vueltas, aunque ahora le quieran poner la camiseta alemana y optar por una revancha reciente, en colores, más fácil de hacer carne para los jóvenes. Muchos de los que hoy llenen otra vez el Maracaná quizá no sepan que ni la calle ni el hotel se llamaban Paysandú en sus orígenes. Que ese edificio bajo y antiguo en medio de un barrio coqueto guarda recuerdos imborrables. Y que, como dicen los empleados, en estas habitaciones se esconde una parte de la historia del fútbol brasileño.

(FUENTE: clarin.com)

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