domingo, 4 de julio de 2010

Fútbol y política: los gobiernos que entraron con ‘la pierna en alto’ y ‘sin pelota’



Le sucedió al Perú. Y ahora podría ocurrirles a Francia y Nigeria: el fútbol suscita afecciones masivas, nacionalismos sin armas, que los líderes políticos quieren encauzar y que la FIFA rechaza con la autoridad de ser otro poder celoso y represivo.

El caso de nuestro país en el 2008 —castigado de toda competencia porque el Gobierno intentó reformar la federación nacional, aunque luego fue perdonado en 28 días— es mencionado como temible antecedente entre las noticias de que la FIFA piensa sancionar por injerencia política al país de Nicolas Sarkozy y de Goodluck Jonathan.

El miércoles 30 de junio el Parlamento francés citó a su vergonzante seleccionador y debatió la crisis de su fútbol como si les hubieran quemado once banderas en su cara globalizada. Fue el mismo día en que Goodluck Jonathan ordenó a su equipo nacional no intervenir dos años en competencias para que no siga haciendo el ridículo.

Ambos equipos solo obtuvieron un antipatriótico punto en tres partidos. Primer y tercer mundo enlazados por la cuestión del deshonor nacional, como lo demostró Sarkozy cuando recibió al jugador Thierry Henry en el mismísimo Elíseo. Para aquel, este encuentro era más importante que sus reuniones con ONG que luchan contra la pobreza en la cumbre del G-20 y una huelga general de jubilados. Y suscitó así en cadena la reacción biliar de la ministra de Deportes, quien llamó a sus seleccionados líderes pandilleros inmaduros y reclamó inevitable la renuncia del presidente de su federación. Todo sin contar los ataques de la extrema derecha a “una selección de negros”.

POLOS OPUESTOS
En EE.UU., el Mundial recaló en su bipolaridad partidaria. El crecimiento de la popularidad del fútbol —como lo reportó la BBC, el torneo era visto en innumerables bares y oficinas— fue a la par de su identificación con los demócratas. El vicepresidente Joe Biden y el ex presidente Bill Clinton fueron con vuvuzelas y platillos a Sudáfrica.

Incluso se sabe que un año antes de que empezara la mayor competencia del planeta, Obama mandó una carta personal al presidente de la FIFA, Joseph Blatter, para pedirle que su país sea la sede del Mundial 2018 o del 2022. “De niño jugaba al fútbol en las calles de tierra de Yakarta, y ese juego unía a los niños de mi barrio”, escribió el primer presidente negro de la potencia, quien vivió desde los 6 hasta los 10 años en Indonesia. Y terminaba, confesional: “Como padre, pude ver ese mismo espíritu de unidad vivo dentro y fuera de las canchas en los juegos de fútbol de mis propias hijas, en Chicago”.

Este pedido ha cobrado tanta fuerza que para integrar el comité de la candidatura estadounidense fue convocado el ex secretario de Estado Henry Kissinger, uno de los hombres más poderosos del planeta en el siglo XX.

Muchos republicanos, en cambio, reaccionaron con virulencia. El influyente periodista conservador Glenn Beck vituperó desde su programa en Fox: “El soccer apesta. No importa cuántas celebridades traigan, cuántos bares abran temprano, cuántos comerciales de cerveza presenten, no queremos la Copa del Mundo”.

Otra personalidad de derecha, Gordon Liddy —el mismo que cayó con Nixon en el caso Watergate— espetó: “¿Qué pasó con el excepcionalismo estadounidense?... este juego se originó con los indios de América del Sur, que en vez de una pelota pateaban la cabeza decapitada de un enemigo”.

DICTADURA Y RENCOR
Todos rezamos porque los jugadores de Corea del Norte no estén ahora mismo pasando torturas. Entre lo poco que se conoce de su fútbol está el documental “The Game of Their Lives” del británico Daniel Gordon, quien consiguió un casi imposible permiso de la dictadura comunista para filmar en el 2002 una de las más inusitadas victorias de la historia (las apuestas estaban 1.000 a 1): la de su selección sobre Italia en el Mundial de 1966, en Inglaterra.

Entonces el régimen preconizó, con fiesta militar, que su equipo demostró el triunfo de la voluntad colectiva sobre la individual. Pero su siguiente partido frente a Portugal fue el epítome más efímero: de estar goleando 3 a 0, perdieron 5 a 3. Un jugador de esa época, Seung Jin, contó que muchos de esos momentáneos héroes fueron a la prisión de Yoduk.

Hoy la importancia política que el dictador Kim Jong-il le da a este deporte es vasta: en el 2008 despejó rumores sobre su muerte asistiendo a un partido. Por eso, el diario alemán “Bild” sospecha que salvo Jong Tae-Se, el “Rooney coreano” que no vive en el país, el resto de la selección eliminada irá a trabajar a una mina de carbón.

TRES HISTORIAS DE DEPORTE Y DICTADURAS:

1. LA ARGENTINA DE VIDELA
El Mundial de 1978 se realizó en Argentina, durante la dictadura de Jorge Videla, quien hoy es juzgado por crímenes de lesa humanidad luego de que se levantara el indulto de Carlos Menem (había sido condenado a cadena perpetua). En ese entonces sobresalía no solo la selección argentina —que campeonó y levantó la popularidad del régimen— sino la más solidaria de la historia: Holanda, que no solo había mostrado su protesta por ir a un país donde se violaban los DD.HH., sino que cuando quedó subcampeona se negó a recibir su medalla para no saludar a la Junta de Gobierno. Un día antes había visitado a las Madres de Plaza de Mayo.

2. ANTECEDENTE FACISTA
Pero si existe un antecedente de la utilización política del fútbol es el de la Italia fascista, en 1934. En este año fue sede del segundo Mundial de estos tiempos y su selección campeonó con tan abrumadora propaganda antes y después que luego la tomaría Hitler como modelo para manipular los Juegos Olímpicos de Berlín en 1936. Benito Mussolini fue el primero en considerar a los jugadores soldados al servicio de la patria. El régimen dictatorial de Franco, en España, trató de imitarlo, pero no le resultó porque más fuertes fueron los nacionalismos vascos, catalanes y gallegos.

*3. PROTESTA EN IRÁN *
Si hay una selección que se caracteriza por su protesta política latente es la iraní. En 1979 el ayatola Jomeini prohibió muchos deportes, pero no pudo con el fútbol, pese a que quiso establecer que debía jugarse con pantalones y no con inmorales shorts. Durante los años 80, en los partidos se coreaban lemas contra el fundamentalismo. Aun el año pasado, que se produjo la victoria del dictador Mahmud Ahmadineyad y la represión brutal de la oposición, muchos seleccionados salieron a la cancha con un listón verde en la camiseta, en apoyo a los colores del reformista Musaví.

INFLUENCIA EN ALEMANIA
Lo primero que hizo el nuevo presidente, Christian Wulff, fue calificar a su equipo como ejemplo para la clase política. Ya la canciller Merkel había dejado la cumbre del G-20 para ver un partido.

(FUENTE: elcomercio.pe)

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